martes, junio 06, 2006

UN VASO...


Sonaba una melodía alegre y graciosa, la capacidad clientes no superaba la mitad, las meseras indecentemente rumiaban goma de mascar y coqueteaban con el cajero nuevo, una se acercó a la mesa que estaba junto a la ventana, limpió la cubierta, estiró un mantel a cuadros, lo puso esquinado y trajo la hoja plastificada que constituía el menú del local para dejarla al alcance de cualquier cliente.
No era un café con elegancia, más se ajustaba al bolsillo de muchos comensales hambrientos, con pocos billetes en los bolsillos.
De pronto, entró en el lugar el mismo joven que hacía tres semanas sagradamente ingresaba sin mirar a nadie, se sentaba en el mismo lugar, el que inexplicablemente siempre estaba vacío, en el mismo rincón, su mirada perdida en la muralla, la única distracción era un antiguo anuncio de una bebida de fantasía anaranjada, una botella, una bombilla, una chica bebiendo de ella, y él parecía interesarse en el cuadro, pero sin duda era una idea errónea, seguramente él pensaba en algo más inquietante.
Una de las meseras se acercó a él, y le preguntó con amabilidad que consumiría, él respondió sin sorpresas para la muchacha, un sándwich y un vaso de bebida naranja, no tardó mucho en tenerlo entre sus manos, pero antes de alimentarse se puso de pié, se dirigió al baño, con pulcritud lavó sus manos, se incorporó en el asiento, puso sus codos fuera de la mesa, tomó el tenedor y el cuchillo, cortó irrazonablemente trozos minúsculos de pan y se los llevó a la boca lentamente, demoró más de lo que cualquier persona hubiese ocupado en comer algo tan ligero, bebió sorbos cortos del refresco anaranjado que tanto parecía gustarle, porque cerraba los ojos e inspiraba, casi podía oírsele un atisbo de placer mientras el líquido entraba en su boca y recorría su garganta.
Luego de terminar con la comida, se le retiraron los platos sucios, él puso sobre la bandejita de metal el dinero justo, sin propinas, no era habitual en él desperdiciar su dinero.
Era un día lluvioso y frío, el reloj marcaba las dos de la tarde y como venía siendo la costumbre entró el muchacho en el local, tomó el lugar que ya le era propio, esperó que la mesera le trajera la carta que ahora no estaba sobre la mesa, leyó, se rascó con descontrol la cara y sin sentido volvió a pedir lo mismo de todos los días, trece exactos pasos largos hasta el baño y el reflejo de una sonrisa que no existía, agua y manos, jabón manos, agua, papel manos, regreso.
Pero esta vez la muchacha omitió un detalle, la bebida que tanto gustaba al individuo se había terminado, y le sirvió como excusándose un vaso de néctar de naranja, el hombre observando hacia el letrero, comió con lentitud, bebió sin extrañarse, dejó el dinero en la bandeja pero esta vez sí dejó propina.
El mismo día de cifras y profecías, mientras la bruma de humo cubría la ciudad el personal del establecimiento aseó, el cajero cerró con cuidado y las meseras se dirigieron cada una a la parada de autobuses que le correspondía.
Nadie lo pensó, nadie lo imaginó, pero Isaura fue encontrada muerta en el mismo paradero en que esperaba la locomoción que la llevaría a casa.
Una nota en su mano: ((El cliente siempre tiene la razón)).

2 comentarios:

Salvador Dürer dijo...

Muchas veces somos nosotros quienes encarmaos ese personaje de aspecto humile que repite una y cien veces la misma escena. Y asi nos ven, como aquel que siempre viene, siempre dice, siempre calla, siempre piensa, siempre ... Ese es el dilema, ante los ojos del mundo, solo somos eso, un personaje de alguna historia que nosotros no entendemos.

Me gusto tu escrito
Carlos

Unknown dijo...

Ja ja tan entretenida resulta la rutina cuando se decide romperla con minusculos detalles y mas cuando estos nos llevan a realizar pequenieses como la de suprimir una leve e insignificante vida.


Pronto vuelvo...