jueves, octubre 19, 2006

Martes para no volver

Esencialmente romántico, suave, extravagante para nada.
Sábado por la tarde, un horario que cumplir, sábado al atardecer un horario que compartir, cuentas que rendir, tiempos que justificar. Atrás esa idea de responsabilidad impuesta, por lazos afectivos, familiares, laborales, que son más sencillos de llevar y/o controlar.

El tedio de meses sin descanso, las esperanzas de tardes libres o vacaciones absolutamente truncadas, ya empezó la nueva etapa, las vacaciones se tradujeron a un sobre muy mal transado, destinado a cubrir ciertas deudas que le avergüenzan.

Olvidó sus tarjetas, su carnet.
Ropa ligera, sin bananos a la moda, mochila universitaria o morral artesanal, solo un billete morado arrugado en sus jeans claros, su walkman, un par de cd’s, pasos blandos, sí blandos/impredecibles como si llevara las piernas dormidas, ya viene la micro N°2, alza el brazo estira el dedo índice, el derecho, justo el más amarillento de todos, sube, toma asiento el primero, el reservado para discapacitados/embarazadas, él se ha sentido discapacitado, pero más bien incapaz, han pasado las tres, se aproxima la parada, desciende/ pasos largos, extra-largos más bien, compró una mineral con gas, para eructar, pues le agrada, avanzó con la mirada fija en el punto a abordar.

El parque verde, parece buen sitio, el sol le incomodaría en otras circunstancias, pero hoy pareciera vagar en un lado nuevo, para favor suyo el columpio estaba vacío, demasiado alto para los pequeños que en ese minuto querían su instante de diversión... cerró los ojos, se acomodó posando… más bien centrando sus nalgas, su brazo derecho abrazaba la cadena de fierro, encendió su aparato, subió al máximo el volumen, se balanceó pausadamente. Tercera vez que escucha la misma canción, tercera vez la pista completa, sin yoquey ni pañuelo sobre la cabeza, la temperatura comienza a causar el efecto insolación, las sienes punzan, las cuencas de los ojos le sudan, sensación que es ya un mareo, dolor de estómago, arcadas ácidas, nauseas que amenazaban desborde de vómitos. El equilibrio descontrolado, una especie de vaivén que detiene dejando caer su cuerpo sobre el pasto húmedo, se siente mejor, pero sin fuerzas para ponerse de pié, los regaderos automáticos comienzan a funcionar y la polera queda pegada a su cuerpo. Alguien le habla, mira hacia arriba sin enderezar el tronco, le extienden un paquete de pañuelos desechables, mitad llena de pañuelos y la tercera parte era ocupada por dos cilindros pequeños, recibió el menudo atado
sin dar gracias solo un : ‘yo me arreglo con él’.

Se paró con agilidad increíble, entró al baño que a esa hora olía muy mal, descargó el cuerpo, estiró los brazos y su columna, sacudió las gotas de orina sin usar las manos, bajó la tapa del escusado para tomar asiento, encendedor en mano colilla de punta gris a roja, luego plomiza, humo escaso, instante de paz rebuscada, delicioso espacio de esta semana que desde un tiempo a esta parte se había transformado en habitual, necesario, inevitable.

Es domingo, llaman a la puerta de su hogar, su madre es quien le avisa, acude al llamado... no reconoce el rostro, ahora recuerda la voz, ‘vengo por la deuda’. Retrocede, cierra la puerta con prisa, no vuelve a abrirla hasta la siguiente mañana.

Lunes, temprano: ¡Buenos días Don Manuel!- dijo bajando un poco los lentes de sol.
En el escritorio está tu sobre.- La voz apática y seca.
Abrió el sobre con sumo cuidado, carta de despido en el título, bajo el vidrio un sobre más pequeño de papel reciclado, una suma inquietante, un mensaje apocalíptico al pié de la nota:
‘Las deudas se pagan’.
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Martes, para no volver.

3 comentarios:

Lilith dijo...

No hay deuda que no se pague
ni plazo que no se vensa?

algo así dicen

Me gusto el relato
se me quedo pegado en la cabeza

Besitos***

Indianguman dijo...

Wow, que buena narración, atrapa.

besitooo

Darkyan dijo...

Me asombra tu capacidad para describir todo, de verdad que envuelve