viernes, marzo 17, 2006

Hacia el sur de mi recuerdo


Recuerdo los días largos de invierno, los perros tiñosos y las liendres en tu pelo opaco, tus manos heladas y como jugando a tocárnoslas tratábamos de espantar el frío púrpura de nuestras pieles sucias.
Nunca olvidaré tus manos... en los ojos de otros niños, veo los tuyos, más no encuentro los míos, te recuerdo helada, aterrada, y tus manos... tu malvada tía que de vez en cuando se encargaba de dejarlas rojas con una varilla, una tabla o con sus propias y ásperas palmas.
Yo no estaba ajeno a tu dolor, te abrazaba sin decir nada esperando a que te calmaras, soplando tus manos... Aunque tuviera mis orejas ardientes luego de que mi padre me las estirara o apretara por gusto, por hacerse respetar, gritando, alardeando ebrio.

Acá en esta ciudad gigante, extraña sin pisos de tierra sin pies descalzos, sin embargo con tantos niños mendigando como algún día tú y yo lo hicimos, me acuerdo de los zapatos viejos roídos que encontramos en un basural en una de tantas correrías por ahí por allá. Cuando pequeños nuestros pies medían lo mismo e intenté calzártelos, te negaste, y cómo reímos sobre los escombros cuando me diste tu razón; no son de niñita, mientras hacías un puchero y cruzabas los brazos.

Siempre traté de cuidarte, la garganta se me seca al desenterrar la tarde en que el viejo del almacén pretendía quedarse contigo a solas, mi corazón latió más fuerte que nunca, algo me dijo que tenía que sacarte de allí, de algún modo te salvé de lo que pudimos lamentar, de seguro nadie se enteraría, me hubieses rogado llorando que callara lo sucedido.

Recuerdo el hambre, la desnutrición, la soledad, tu compañía... la maldad nacida de la ignorancia, como cuando unos hombres sabiendo nuestros deseos de comida me dieron harina tostada revuelta con vino, y cómo bebí sin respirar engañado por el dulzor, te recuerdo a mi lado, observándome vomitar, llorando ambos de rabia, tus besos en mi cara, casi sorbías mis mocos, tu rostro delgado compasivo, me peinabas, movías mi pelo, despejabas mi frente con cariño, con tus pequeñas manos.

Tengo tantos recuerdos de tu nombre... La noche aquella en que encontré el sentido de tu delgadez, los huesos de tus caderas hundiéndoseme fundidos, tu fragilidad, tu delicadez natural, tu gracia, tu pelo liso ahora limpio, tu piel suave de leche, tus labios apretándome, tus pechos perfectos, tus nalgas firmes, las vértebras de tu espalda, tus lunares preciosos, tus ojos negros, las margaritas de tu cara, tus pestañas largas, tus susurros, tus caricias, tu espera, tus movimientos, tu lengua húmeda, tu sexo botón deliciosos entregado en miel transparente, tu pureza, tu inocencia, y en mí tus manos...

Yo era feliz... estoy seguro...

Aunque ese año no nos encontramos con regularidad siempre te sentía cerca, aún cuando no me llamaras todas las semanas, en una ocasión no me visitaras estando en la misma cuadra, y en una carta riendo con la crueldad que amaba en ti me lo contaras
Eras toda misterio, yo soñaba dichoso en mi cama que era tuya admirándote a contra luz. Tus proyectos eran personales y herméticos, pero respetaba tu intimidad, cada uno de los míos tú los habías motivado, no gestado claro está pero en ellos estaba mi alma que tenía tu color.

Por la mañana en mi celular tu voz sonó normal, e ignoré lo que pretendías, reconozco mi bobería, jamás comprenderé por qué esperaste hasta ese día para decirme lo que aún no digiero.
Llegué al Aeropuerto imaginando tu llegada, tal vez con muchas maletas o bien solo con el poncho sobre tus hombros, nada de eso... te vi irreconocible, con el pelo tomado, gafas oscuras, maquillaje sobrio (jamás te había visto pintada), vistiendo pantalones de tela, blusa escotada, un abrigo sobre una maleta mediana con ruedas, una cartera en tu brazo derecho, tenias un aire triste y a ratos esquivaste mis ojos que adivinaban la humedad de los tuyos. Te sentaste, yo lo hice a tu lado, me pediste que no te entendiera, solo que te respetara, me dijiste que algún día regresarías, que jamás me olvidarías, besaste mis labios temblorosos, te supliqué porque no te fueras, me arrodillé y besé tus manos...

El altavoz anunciaba tu vuelo, la neblina se adentraba en mi corazón, tú te alejabas por el pasillo de embarque, tú a metros de mí, yo a metros de ti, lo último que recuerdo de aquel movimiento tuyo de adiós... tus manos...

4 comentarios:

. dijo...

Qué hermoso... que intenso, que elegancia en las palabras

TORO SALVAJE dijo...

Me descubro, espléndido, un río de sentimientos, muy bonito.

Anónimo dijo...

Que contradictorio es un hermosopost donde lo cruel,la realidad de la vida y la inocencia de la niñes de juntan.

Un abrazo

Anónimo dijo...

¡¡Impresionante!!
¡¡Impresionante!!
¡¡Impresionante!!
¡¡Impresionado!!