martes, marzo 28, 2006

Elena ‘La Loca’.


Sé lo que piensan, me importa poco, tal vez nada, como diría él, una raja o una mierda.
A mediados de febrero con mi madre nos damos el trabajo de recolectar guindas, para preparar nuestro brebaje preferido en días gélidos, húmedos y largos de invierno sureño. Me gusta esa tarea porque hasta la siento conciliadora. Contactamos a un viejito que trae Aguardiente de ‘Los Cerros’, si me interrogan respecto de los cuidados higiénicos, mi cara sería reflejo de indiferencia, el sabor, el costo me basta, unos cuantos ingredientes secretos, el líquido burdeos dentro de la botella casi hasta el gollete para luego sellarla con lacre, me preocupo de etiquetarla, no debo olvidar que solo hasta dos años será posible saborearla.
Empolvadas, en orden, forman parte de nuestro tesoro renovable, alimenta nuestro vicio, que justificamos como antigua tradición.
Cuando mi madre se ha dormido, eso sí, respetando la entrada del invierno, día por medio hurto lo que se traduce justo a una cucharada de Enguindado, me la llevo a la boca la saboreo dieciocho segundos, es lo que demora en cambiar de temperatura, y la trago, doy tres giros abrazándome el talle, nunca más, un salto hasta tocar el techo de la cocina, me arranco como si mi madre me hubiese oído y me encierro en mi cuarto.
En cama, al sentir que mi cuerpo vuelve a estar helado como acostumbra, me quito la sábana rosa de la cabeza y trato de percibir hasta el ruido de la llave que gotea en el lavadero del patio, el ronroneo de Lucho, el gato de mi madre que después de la muerte del viejo no deja de dormírsele sobre el pecho, el día que deje de hacerlo tendré que matarlo, para asárselo a ella, en realidad para curarle el asma casi crónica.
Sé que pronto llegará mi hermana, porque la televisión culminó sus transmisiones, han de ser las dos de la mañana, enciendo mi fiel y vieja radio, para que se deje oír la chicharra que es sinónimo de mi estúpida presencia, me pongo el abrigo negro de piel sintética y salgo por la ventana, me encargo de guardar sepulcral silencio, Karenina está dormida, yo más tranquila, Omar su novio está a dos cuadras de casa, frente al sitio abandonado, esperándome con su mejor sonrisa y el pantalón a la altura de las rodillas.
A mí me sienta bien la locura, me queda bien ver a la cara de mis parientes y vecinos con la mirada extraviada e inocente, por las noches tener un hálito de alcohol suave, mañana... brindaré... por un feliz cumpleaños, seguiré moliendo mis medicamentos para abonar mi planta de la risa que ya tiene un metro de alto, limpiaré sus hojas de siete puntas, la regaré cada tres días con mi orina verdosa e infértil.

3 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Un besazo.

Anónimo dijo...

weno, weno, weno!!!!!

sorprendente tranquilidad en la noche... la única we'a que no cache, es porque mierda te estaba esperando el novio de tu hermana...

ahí cagué!

Indianguman dijo...

Me sumergí en la historia. Me reconocí y me dio un poco de miedo.

qué rico, enguindado..